Cuando se piensa en el Derecho y su componente principal, la ley, el asunto se toma con mucha seriedad. La gente se torna solemne, seria, digna, formal, ceremoniosa, grave. Como en las viejas religiones que amenazan contínuamente con la quema en el infierno, el mundo del Derecho le huye a la alegría, al humor; a lo jovial o divertido. No parece haber nada más serio que un alegato o un testamento; una escritura de hipoteca, la figura del tercero registral o el censo enfitéutico. Una forma de esa solemnidad sufre de un hondo contenido colonialista: cuando alguien quiere darle más importancia de lo debido a un asunto, se suele decir en la profesión que quiere convertir el asunto en un federal case . Originalmente pensamos titular este libro Anécdotas, curiosidades y pendejadas en el Derecho de Puerto Rico. Un compañero profesor en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos sugirió no utilizar el tercer vocablo sobre el contenido. Se conoce la propensión en el mundo de los juristas a evitar el uso de lenguaje tenido por soez, grosero, que de ordinario no se acepta en el buen decir de la sociedad. Como se sabe, el lenguaje nació sin academias y sin reglas. Hermógenes pensaba que las palabras no son más que convenciones establecidas por los hombres con el propósito razonable de entenderse. Sin embargo, en nuestro mundo jurídico, especialmente en la forma más o menos oficial de comunicarse los profesionales del Derecho, no se camina con la libertad expresiva como bandera tremolando al viento. Hay un cierto sentido de palabras o frases impronunciables, salvo que se trate del testimonio directo, generalmente en el campo penal, de palabras ofensivas o actos de algún contenido sexual. Se camina en ese campo con muchos eufemismos o escapes expresivos, huyendo de las palabras que pueden parecer malsonantes. El Tribunal Supremo ha censurado o suspendido a un grupo de abogados por el uso de lenguaje considerado impropio, indecoroso, vulgar u ofensivo. En In re Cardona Alvarez, 116 DPR 895, 906 (1986), se dice expresamente que el abogado no tiene licencia absoluta en el uso del lenguaje . Todavía no entendemos que el lenguaje fino o distinguido, aceptable dentro del grupo social generalmente dominante, es sólo una parte del lenguaje, que no siempre manifiesta la realidad con la intensidad necesaria. Mandar a alguien a paseo, no tiene la misma precisión que mandarlo pal carajo . Pero el profesional está obligado a evitar los conceptos considerados vulgares.